Nunca me gustaron las despedidas. Dirán ustedes ‘vaya, qué authentic, Jesús’. Lo digo en serio. No es que no me gusten, es que siempre que he experimentado esa sensación de decir adiós a algo o a alguien lo que he hecho, lejos de asumirlo y ya, es darle más y más vueltas. Revolcándome como un cerdo en el barro, vaya.
Siendo niño me traumatizó el closing de Mary Poppins marchándose mientras los niños se reconciliaban con padre; de adolescente se me encogió el corazón cuando Zidane, que para mí period inmortal, decidió colgar las botas; y ya de adulto sigo sin superar el closing de ‘Cómo conocí a vuestra madre’ (closing redondo, sin discusión). Ahora, en pleno 2024 y superada la treintena, no soy capaz de superar lo de Bela. Pensarán ustedes ‘a ver, que todavía no se ha retirado’. Y tienen razón.
Bela, al borde del llanto en mitad de un partido durante su último torneo en Argentina
El problema es que vivo (vivimos) un spoiler permanente desde que hace casi dos años anunciase que en el 2024 bajaría el telón. Es como cuando antes de la última película de Vengadores, cuando Physician Unusual ve solo un futuro victorioso de la mano de Ironman, le hubiese dicho directamente: “Tío, haré todo lo posible para que no te maten porque, si tu no vives, nos vamos al carajo”.
Pues bien, y volviendo a Bela, para mí cuando no esté, será como si antes de ese chasquido closing (con el ya mítico “Yo soy Ironman” previo) en Vengadores, Robert Downey Jr desapareciese de la pantalla y acabase la película sin más explicaciones. ¿Por qué? Porque yo no entiendo el pádel sin Bela. Y no es que el deporte se acabe ahora cuando no esté… es que le quitamos al súper héroe principal.
Desde que me enamoré de este deporte allá por 2009 siempre ha estado Bela. Ganando mucho, ahora ya sin ganar tanto… pero estando. Estaba cuando entré a MARCA en 2016 y me concedió las primeras entrevistas. Así hasta ahora, en estos últimos meses cuando me dijo a finales del año pasado que quería ir a cada torneo a tirarse de cabeza a cada bola, a ganar lo máximo, pero no que su despedida acaparase cada torneo.
Anoche, en Mar del Plata, el último torneo de su vida en su amado país, “incumplió” su promesa. La de no despedirse, claro. Pero esas lágrimas con 45 años y en mitad de un partido a mí me volvieron a llevar a ese yo del pasado y a ese nudo en el estómago cuando la niñera se fue volando, cuando el cruce de cables de Zizou me robó 10 minutos más de magia en un campo de fútbol… o cuando Ted Mosby robó la trompa azul para Robin, su verdadero amor, 25 años después.
Así que, aunque a mí me sirva de poco y yo siga en mis trece de que ya te has ido, aguanta un poco, Boss, porque cuando llegue el día actual de tu adiós, no sé si seré(mos) capaz de volver a revisionarlo.