Carolina Marín, la Princesa valiente. Podría ser el título de un cuento cuya última página mostraría a la onubense recogiendo el Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2024 en el Teatro Campoamor de Oviedo. El cuento, que inspiraría a los niños y niñas a trabajar duro para hacer realidad sus sueños, empezaría así…
Érase una vez una niña de Huelva que cambió los volantes del traje de flamenca por los del bádminton cuando tenía 8 años. Desde pequeña ya mostró mucho carácter y determinación. Su madre la llamaba la McEnroe del bádminton porque rompió más de una raqueta tras las derrotas. Period, y sigue siendo, tan competitiva que no le gustaba ni perder a las cartas con su abuela Carolina, de la que heredó su carácter luchador. Tuvo que sacar adelante sola a cuatro hijos. Caro tenía en su propia familia el referente y la receta para triunfar.
Carolina Marín de pequeña en el Membership IES La Orden.
Con 14 años mostró una valentía desconocida hasta entonces en un reino llamado España: quería ser la número 1 de un deporte desconocido en nuestro país y soñaba con ganarlo todo: Juegos Olímpicos, Mundiales y Europeos. Nadie del reino lo había logrado antes pero eso no la frenó sino que la impulsó. Sabía que sola no podría lograrlo y pronto aprendió que en la vida es necesario trabajar en equipo. Por eso se rodeó del mejor.
Junto a él comenzó a construir el sueño. Creando, innovando, no copiando. Ella estaba dispuesta a derribar el muro del reino de Oriente, el asiático, que llevaba años dominando con mano de hierro las pistas.
Esa valentía la llevó a trabajar sin descanso, a entrenar hasta poner su cuerpo y su mente al límite, y llegaron las primeras conquistas en 2014 con el primero de sus ocho títulos europeos y el primero, también, de los tres oros mundiales. Ninguna mujer lo había logrado antes. Tampoco ninguna jugadora no asiática había sido campeona olímpica hasta que ella se coronó en los Juegos de Río 2016.
Carolina Marín
Sólo las lesiones la han frenado
La niña acabó transformándose en una loba que, en cuanto agarra su presa no la suelta. Sólo las lesiones-tres graves en las rodillas- han conseguido frenarla en los últimos años en las pistas, pero no fuera de ellas. También ahí Caro ha mostrado su valentía, lamiéndose sus heridas y volviendo una y otra vez más fuerte.
Hoy los Reyes y el mundo entero aplaudieron a la Princesa de Asturias de los Deportes, “un premio con el que soñaba desde hace años“, como ella misma reconoció. Fue la cuarta en recogerlo en el escenario, con un elegante vestido negro, un galardón con el que sucede en el palmarés al maratoniano Eliud Kipchoge.
Carolina Marín, aclamada en el Teatro Campoamor.
En el patio de butacas del Campoamor aplaudían Toñi, su madre, tan emocionada como su hija, y dos de sus primas que son como hermanas. Y todo su equipo, la ‘manada de la loba’: Fernando Rivas, su entrenador; Guillermo Sánchez, su preparador físico; Carlos de Santos, su fisioterapeuta; María Martínez, su psicóloga; Ignacio García, su representante e Ignacio Paramio, su jefe de prensa y quien ha compartido con ella cada minuto desde que llegó a Oviedo el martes. Ellos saben como nadie lo que ha tenido que sufrir los últimos años.
Carolina Marín junto a su familia y su equipo en la recepción previa a los Premios.
“Carolina estaba recibiendo mucho cariño a raíz de la última lesión pero esta semana ha sido increíble. La he visto feliz y emocionada. Me gusta verla así tras lo mal que lo ha pasado. Se lo merece”, cube Paramio, testigo directo del baño de masas que se ha dado Caro estos días, algo recurring en ella en Singapur, India, China, Hong Kong, Malasia o Indonesia.
Como rezan los versos de Machado que Joan Manuel Serrat, Premio Princesa de Asturias de las Artes, cantó: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Y así, paso a paso, con valentía y firmeza, Carolina Marín abrió un camino inimaginable hace años para cualquier no asiático y dejó huella. La Princesa valiente se merece también tener un remaining feliz, como el de los cuentos, y poder despedirse de una pista de bádminton con una sonrisa y lágrimas, pero de felicidad.